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Teoría Literaria 101. Lección 1: Verosimilitud

Quienes hayan leído este blog (y sus predecesores) habrán percibido que mi formación profesional ha influido en el enfoque que empleo para comentar series de anime. Mis herramientas teóricas, de forma exclusiva, provienen del arsenal de la crítica literaria. No suelo dedicarle mucho espacio a aspectos técnicos de animación porque carezco de conocimientos fílmicos y procuro no entrometerme en aquello que ignoro. Sin embargo, sí me siento calificado para hablar de estructura narrativa, metatextualidad, estudios culturales, etc. y quisiera exponer a mis lectores, con claridad y sencillez, las nociones en las cuales fundamento mi análisis y quizá les resulten ajenas.Las definiciones que proveeré continúan siendo materia de debate para los teóricos, pero procuraré ser didáctico en primera instancia.

Comenzaré esbozando una tipología de los paradigmas de verosimilitud pues se vincula con el modelo de universo ficcional que propone cada relato. En efecto, cada historia que disfrutamos construye un mundo que pretende sostenerse sobre determinadas reglas cuya validez aceptamos como espectadores para acceder al goce estético o la diversión (mediante la catarsis, el placer, la risa, etc.). Es decir que, durante el tiempo que consumimos la ficción, llevamos a cabo un pacto para creernos la historia. Realizamos aquello que los teóricos llaman suspension of disbelief o «suspensión de la incredulidad», un acto consensual de parte del espectador que permite admitir como válidas cosas que consideraríamos falsas o imposibles en nuestra Realidad. Esto no significa que nosotros, como consumidores, firmamos un cheque en blanco. Al suspender nuestro “descreimiento”, establecemos un consenso con el relato (y con sus autores) que permite definir criterios de posibilidad: hasta qué punto estamos dispuestos a tolerar la fantasía y cuándo decimos basta. Por esta razón, una narración mal ejecutada puede frustrar este pacto si el relato incurre en inconsistencias tan graves e injustificadas que nos resulta imposible volver a creer o comprometernos con la historia.

Suspender el descreimiento no significa evadirnos (esto sería una consecuencia extrema del proceso) ni comprometernos a “aceptarlo todo”, sino, como repito, situarnos ante un horizonte de expectativas y posibilidades. Sobre esta base, podemos determinar qué circunstancias nos parecen creíbles y cuáles, intolerables. Desde luego, para que existan estos cimientos, nosotros (como sujetos) debemos haber interiorizado un modelo epistemológico. Esto significa que nuestra mente posee un conjunto de ideas acerca de cómo funciona el mundo; es decir, un concepto de Realidad. Aunque vivimos en una sociedad postmoderna, la cultura global que predomina en los centros urbanos del siglo XXI halla sus fundamentos en la ciencia moderna, el racionalismo cartesiano y sus subsecuentes desarrollos filosóficos y científicos. No importa si conocemos o ignoramos el significado de las leyes físicas, si aprobamos o desaprobamos el curso de lógica en el colegio, o si sabemos cómo opera la evolución de las especies: todos estamos dispuestos a creer que las cosas caen debido a la fuerza de gravedad, no porque existe un dios bajo tierra que arrastra los objetos. Lo aprendimos por experiencia directa en nuestra vida cotidiana, pero alguien (un profesor en la escuela) nos proporcionó esa explicación. A partir de ese momento, se convirtió en parte de nuestro credo sobre el mundo real, y los hechos, eventos o fenómenos que no contradijeran esta concepción de la Realidad pasaron a considerarse, desde nuestro punto de vista, “realistas”.

No obstante, los seres humanos solemos “admitir” que nos cuenten, además de historias “realistas”, otros tipos de relatos basados en sucesos que se apartan de nuestra noción de Realidad. Pongamos un ejemplo: si alguien nos planteara la absurda idea de que podemos transmitir nuestros sentimientos a través de fluidos corporales tales como la saliva o el sudor, lo tomaríamos por desquiciado (y quizá lo tacharíamos de asqueroso). Sin embargo, esta es la premisa principal de Nazo no Kanojo X, un anime estrenado en 2012 y basado en un manga de Riichi Ueshiba publicado entre 2006 y 2014. Para comprender y disfrutar productos como este, necesitamos suspender la incredulidad y modificar nuestros parámetros: durante el momento del consumo, lo “inadmisible” debe transformarse en la norma.

Verdad y ficción

Antes de definir la verosimilitud, sugiero que evitemos usar la noción de Verdad (y junto con ella, la palabra “verdad”). La ficción no proporciona verdades reales, sino simulacros de realidad. Pese a ello, todo relato aspira a fundar un universo creíble, por tanto, coherente consigo mismo. Entonces, es verosímil aquello que podemos aceptar “como verdadero” en el marco de determinadas reglas. Eso diferencia a lo verosímil de la Verdad y, por ese motivo, podemos afirmar que la verosimilitud es independiente de la Verdad, pero no a la inversa; es decir:

  • En el mundo real, la Verdad necesita ser verosímil. No podemos creer cosas que nos suenan “tiradas de los pelos”.
  • En cambio, en la ficción, lo verosímil no requiere parecerse a la Verdad o a la Realidad.

Estas condiciones se ilustran mejor con un ejemplo. Supongamos que una adolescente es trasladada a otro mundo, a una realidad paralela, pero en forma de araña. Esta clase de eventos es inconcebible, salvo que ocurran en un universo donde los viajes dimensionales y la reencarnación en animales sean situaciones posibles, no solo especulaciones o teorías, sino hechos probados. Así sucede en Kumo desu ga, nani ka? (2021): las circunstancias que rodean a la protagonista son verosímiles porque, en el relato, se brinda una serie de explicaciones que demuestran la validez de aquello que, en nuestra Realidad, suena a disparate, pero que, en la ficción, sigue unas reglas coherentes, sólidas, que permiten la presencia de elementos sobrenaturales. Todos conocemos este tipo de normas y las aceptamos hasta el punto de trascender un relato en particular y convertirse en “saberes culturales”:

  • Para derrotar a un vampiro, se necesitan ajos, crucifijos o una estaca de madera.
  • Para transformarse en zombi, una persona debe, primero, estar muerta.
  • Los demonios pueden ser domados, purificados o exterminados mediante un ritual de exorcismo.

En cambio, para que aceptemos un hecho como real, este debe parecernos verdadero. No importa si después descubrimos que es falso: mientras nos suene creíble, nada nos impide aceptarlo como verdad. Por tanto, la verosimilitud (no la Verdad) es el fundamento de nuestra confianza.

La ficción, por el contrario, opera con otros parámetros. Lo verosímil ficticio no tiene la finalidad de convertirse en verdad, sino solo funcionar coherentemente dentro de la historia. Para ponerlo en términos más sencillos, la verosimilitud es la cualidad por la cual un relato es creíble dentro del universo que plantea.

Posible y probable

A modo de repaso, propondré otros ejemplos que ayudarán a comprender estos conceptos de manera más matizada.

Una serie como Fuufu Ijou, Koibito Miman (2022) puede mostrarse a, primera vista, como un relato realista. En efecto, ninguna de las acciones que llevan a cabo los personajes está reñida con nuestra idea de Realidad: acudir a clases, enamorarse, trabajar en las vacaciones, ser un otaku, una gyaru o un chico guapo son situaciones habituales y comprensibles en una escuela japonesa de inicios del siglo XXI. Nos equivocaríamos al calificarlas de imposibles. Sin embargo, ningún colegio cometería el desatino de obligar a sus estudiantes a emparejarse al azar, hombre y mujer, y forzarlos a vivir como casados en un departamento. Este “curso práctico” de preparación para el matrimonio solo existe en la dimensión alterna donde habitan los protagonistas y funciona de acuerdo a reglas específicas que admitimos como reales durante los 23 minutos que dura cada capítulo. Pese a lo descabellada que suene esta asignatura en cualquier currículo escolar, tampoco cabe tacharla de “imposible” porque no vulnera ninguna ley científica ni desafía los cimientos de lo racional. Mientras a nadie se le ocurra implementar esta locura de proyecto en un high school de verdad, solo valdría describirla como un hecho “improbable”, es decir, una circunstancia rara o nada habitual, cuya posibilidad de reproducirse en el mundo real es cercana a (pero nunca igual a) cero. En resumen, a partir de este análisis preliminar, podemos concluir que los eventos narrados en Fuufu Ijou, Kobito Miman son improbables en nuestra realidad, pero no imposibles en nuestro horizonte de expectativas.

Enfoquémonos ahora en otro tipo de historias bastante populares: los slice-of-life. Pensemos en series como Yuru Camp (2018), Non Non Biyori (2013-2021), Koisuru Asteroid (2020) o Akebi-chan no Sailor Fuku (2022), por mencionar algunos títulos recientes. En estos relatos, ningún suceso parece ni imposible ni improbable. En apariencia, se ajustan mejor a nuestros cánones de Realidad. Sin embargo, es entonces cuando debemos desconfiar de nuestras certezas y cuestionar lo evidente. Las cuatro series aludidas tienen un punto en común: el universo donde transcurre la vida cotidiana de sus protagonistas es un entorno estudiantil idealizado, donde todas las chicas del elenco son lindas, tiernas, inocentes y bien intencionadas. Un mundo del cual han quedado desterradas la maldad, la perversidad, la fealdad, e incluso el marasmo que atosiga a la juventud contemporánea. En otros casos, como las series de Love Live!, se elimina incluso la presencia masculina. Estos universos ficticios funcionan como islotes, como tierras paradisíacas, que conservan todavía una belleza virginal, donde no tiene cabida la degeneración ni la maldad. Este rasgo los convierte en mundos no imposibles, pero sí improbables. En ambos ejemplos (Fuufu Ijou, Koibito Miman y las series slice-of-life), el espectador decide suspender su incredulidad y entregarse temporalmente a esas reglas. No importa cuánto se asemeje a la Realidad, la ficción siempre introduce un grado de distorsión que fuerza al consumidor a creer en cosas improbables.

En otros casos, lo improbable no requiere justificación expresa porque forma parte de la naturaleza heroica del personaje. Para demostrarlo, citaré un clásico de la década del 2000: Noir. Aunque en sentido estricto, nada impide que Kirika Yuumura combata a decenas de enemigos solo provista de una pistola Beretta M1934 y ágiles movimientos dignos de una gimnasta soviética, sería poco probable que una persona sobreviva a tantas batallas esquivando siempre las ráfagas de balas. Peor aún cuando sus enemigos, que la superan en peso y tamaño, suelen malgastar sus municiones sin hacerle un rasguño. Una menuda colegiala japonesa es capaz de asesinarlos al primer disparo, haciendo gala de desplazamientos tan plásticos y elegantes que constituyen una coreografía, una danza de la muerte. Esta ventaja frente a sus adversarios es un privilegio del héroe: se requiere aceptar este principio de disparidad como condición primordial para disfrutar de esta clase de series.

Imposible e improbable

Sin embargo, en buena parte (quizá la mayoría) de relatos que suelen concitar nuestra atención como aficionados al anime, el universo ficcional se caracteriza por basarse en eventos improbables e imposibles según nuestro criterio de Realidad, es decir, que apelan a reglas muy diferentes. Por ejemplo, en Murenase! Seton Gakuen (2020), la trama se basa en una premisa absurda: los seres humanos asisten a la escuela con alumnos de otras especies, como lobos, pandas o cebras. Al admitir esa idea como creíble, no cuesta mucho aceptar que los profesores sean dinosaurios, un león se enamore de una impala, o una hiena hembra atraviese por una crisis de identidad de género. Por otra parte, las series del género mecha, como la reciente Mobile Suit Gundam: Suisei no Majo (2022-2023), también nos exigen que creamos en un conjunto de axiomas implícitos: la existencia de colonias espaciales, el desarrollo de tecnologías sofisticadas o ciertos principios de ingeniería robótica. Se introducen conflictos como la discriminación entre terrícolas y personas nacidas en el espacio, o grandes conglomerados empresariales que actúan como dinastías y detentan el poder político. Un discurso al interior del mismo relato, enunciado por el narrador o algún personaje con autoridad suficiente, justifica estas situaciones anómalas, pero basta la aceptación de la regla para permitir desarrollar una cadena interminable de consecuencias.

En resumen, nuestro mundo funciona de manera más parecida al universo de Yuru Camp que al alocado mundo de Murenase! Seton Gakuen, pero ambos son ficción, no porque sus personajes sean seres inexistentes que salieron de la imaginación de distintos autores, sino porque ambos proponen distanciamientos frente a nuestro concepto de Realidad y se autoimponen reglas que rigen su coherencia y consistencia, de manera que ambas series son verosímiles en relación a sus propios criterios de posibilidad. Es sencillo darnos cuenta dónde opera este «distanciamiento» en una serie como Kobayashi-san Chi no Maid Dragon, pero cuesta mayor análisis descubrirlo en otra como Oregairu; no obstante, cuando millones de fans alrededor del mundo declaran con devoción que «2D>3D», se manifiesta de manera jocosa que somos conscientes de la idealización.

Ustedes alegarán, con razón, que existen distintos tipos de relatos, como demuestran los casos antes citados. Algunos donde no ocurre nada especial, sino cosas bastante pedestres (por ejemplo, Hitori Bocchi no Marumaru Seikatsu o Kawaii dake ja Nai Shikimori-san), otros que ocurren en espacios totalmente fabulosos con seres míticos o personajes con poderes sobrehumanos (como Konosuba), otros donde solo un aspecto de la realidad ha sido alterada por motivos mítico-religiosos (Tonikaku Kawaii o World Dai Star) y otros donde se recrea un futuro hipotético bajo nociones aparentemente científicas (SSSS.Gridman o BEATLESS). Si en esta lección hemos hablado de «verosimilitud» en singular, como concepto, ahora debemos pasarlo al plural y referirnos a formas o paradigmas de verosimilitud. Este tema será motivo del segundo artículo dedicado a la teoría literaria. La lista que procuraré en nuestro próximo encuentro será una tipología tentativa y básica que luego criticaremos haciendo evidentes algunas salvedades.

2 respuestas a “Teoría Literaria 101. Lección 1: Verosimilitud”

  1. Me encanto esta nueva entrada a modo de tutorial/introduccion pero siento que por esta parte «…Las cuatro series aludidas tienen un punto en común: el universo donde transcurre la vida cotidiana de sus protagonistas es un entorno estudiantil idealizado, donde todas las chicas del elenco son lindas, tiernas, inocentes y bien intencionadas…»
    se perdió algo, como que no es solo el hecho de que sea un mundo/realidad que opera bajo otras reglas, sino que como televidentes asumimos que hay un filtro sobre la historia, no solo que solo cosas buenas pasan sino que la historia solo cuenta las cosas buenas, o no es que todas las chicas sean hermosas sino que así es como lo retrata el anime. En especial cuando solo a unas en especifico otras personas dentro de la serie trata como especialmente bellas.
    No estoy seguro como decirlo, creo que va con lo de música diegética y extra diegética (en especial con musicales en los que la verosimilitud no se rompe con «eventos» dentro de las canciones), pero en este caso seria algo así como belleza, bondad (etc) diegética?

    (cosa aparte, no me aparece el botón de publicar comentario, demore en entender que tenia que dar ENTER en la casilla de correo )

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